Gustavo Duch. La Jornada de México. 16 de diciembre de 2012
Las bombas desde mar y aire llueven de
nuevo sobre Gaza. Mueren ancianos, niñas y niños, mujeres y hombres.
Estados Unidos apoya abiertamente a Israel en el uso de la fuerza
militar mientras el resto de países apenas susurran.
El poeta, atento, toma la palabra: “Quemad
nuestra tierra, quemad nuestros sueños, verted ácido en nuestras
canciones. Cubrid con serrín la sangre de los nuestros, asesinados”.
Mientras tanto en la comunidad de Simbol,
en Santiago del Estero, Argentina, lloran el asesinato del compañero
campesino Miguel Galván a manos de sicarios del agronegocio de la soja
transgénica que avanza desvistiendo bosques y selvas, borrando pueblos
como una plaga bíblica de langostas. Miguel en el campo cuidaba la
tierra, defendía la vida.
El poeta sostiene su canto:
Arrasad con vuestras bombas los valles, borrad con vuestros editores nuestro pasado, nuestra literatura; nuestra metáfora. Desnudad los bosques y la tierra, hasta que ni el insecto, ni el ave, ni la palabra encuentren rincón alguno donde refugiarse.
Los mismísimos mercenarios de los
agronegocios quieren aprobar en los próximos días la siembra masiva de
maíz transgénico en México. Si les dejamos, escupirán a la tierra sus
ansias de lucro, sembrando la muerte en las tierras que dieron origen a
este grano hecho de barro y pasto, en reunión de dioses y humanos.
Informado, el poeta levanta más alto, más lejos, su voz.
Ahogad con vuestra tecnología el clamor de todo lo que es libre, salvaje e indígena. Destruid. Destruid. Nuestra historia y nuestro suelo. Asolad alquerías y aldeas que nuestros mayores construyeron. Los árboles, las casas, los libros, y las leyes y toda la equidad y la armonía.
Alertados
los pueblos indígenas, rurales, urbanos, de México y de todo el mundo,
se acercan, se aprietan, y cada uno como un grano se ensamblan formando
una nueva comunidad, una mazorca que asemeja un puño levantado, para
detener la barbaridad de la siembra de ese maíz empeorado, contaminador,
uniforme, enfermizo, estéril y criminal.
Y escuchan los Pueblos-Mazorca el canto del poeta palestino campesino y anónimo: “Haced
eso y aún más. No tengo miedo a la tiranía. No desespero nunca y es que
guardo una semilla, una semilla pequeña pero viva, que voy a guardar
con cuidado, y a plantar de nuevo”.
La esperanza –como el maíz criollo– siempre se puede sembrar.
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