Todo marchaba como estaba planeado, impecable, sin fisuras. No se podía  esperar menos de aquellos magníficos profesionales de la economía  moderna, educados en las mejores escuelas de negocios. El experto  ponente, con un puntero laser en mano, proyectaba una tras una imágenes  que comentaba, insistiendo en cada una de ellas que las evidencias eran  clarísimas. –Fíjense decía: «Las pantallas de cine reproducen basura  idéntica en todos los idiomas; y la gente disfruta con tanta cultura  disponible. En las gasolineras se compra pan, bollería y naranjas, todo a  base de petróleo; y la gente dice que es comida, sana y más barata. Los  estómagos humanos está colmados de glutamato, ansiolíticos, cafeína y  prozac; y la gente dice que se sienten felices, que se saborean felices.  El monte son pistas de esquí, la sabana reservas exclusivas para  fotógrafos, las playas se privatizaron y la selva es un asilo de fieras  enjauladas; y la gente paga contenta por contactar con la naturaleza».  Sentados alrededor de una ovalada mesa de junta directivas, entre risas y  sarcasmos envueltos en humo de habano, aquellos hombres y mujeres de  negocios seguían atentos las explicaciones. En un coro de unanimidad  concluyeron: -Sí, ya tenemos a la gente completamente aborregada y sin  capacidad de pensar. Es el momento del estrujón final.  Y así fue que fue que la plutocracia mundial reunida en aquella CAVERNA  clandestina accionó la última fase de la mayor barbarie conocida,  el estrangulamiento capitalista:  Después de enriquecerse con los bienes naturales y públicos de los  países del Sur, del Norte, del Este y del Oeste; después de explotar  hasta la muerte a las y los trabajadores del mundo, especialmente las  mujeres; después de ganar dinero especulando con todo, incluso con el  hambre; después de inventarse burbujas hipotecarias o puntocom; y a  punto de agotarse el enriquecimiento a base de canjear capitales  financieros ficticios, observaron ingeniosos que la última fórmula para  incrementar sus beneficios era acumular el dinero futuro, el que estaba  por imprimir, robando lo que pertenecería  a nietos y nietas: LA DEUDA.  Babeaban disfrutando con su jugada maestra. Porque la carambola era  perfecta. Los países, naciones, pueblos o estados – ya sin gobiernos  soberanos- aceptaban a pie juntillas cualquier instrucción que ellos  emitieran. No habría ningún problema con las nuevas disposiciones  -Los bancos, ¡oh qué problema! están en bancarrota y eso es malísimo  para la economía. Así que hay que inyectar todos los dineros públicos  posibles para salvar sus resultados. Y sin dinero en sus arcas, les  prestamos el nuestro que nos devolverán en eternos plazos a intereses de  objeto de lujo.  La memoria  Y pasaba que pasaba todo así, como estaba mandado. O no. Se olvidaron de  un detalle porque era invisible, no programable, ni robotizable: LA  MEMORIA, un rincón en el cuerpo humano que está a salvo de la ciencia y  sus experimentos.  Un almacén de frases sentidas; del viejo olor a sábanas de hilo; de la  tabla de multiplicar y estribillos de Bob Dylan; de un paisaje recorrido  de la mano de madre; y de los tropezones en el amor. Una alacena  colectiva que mantiene en fresco -para que se conserve perfectamente-   el recuerdo de aquellas luchas contracorriente de unos pocos seres  humanos para conseguir la erradicación de la esclavitud. Para recuperar  el principal derecho humano, la libertad. Un disco duro en red y sin  contraseñas que guarda bien clasificadas todas las revoluciones de los  desheredados del mundo por el reconocimiento del derecho de los pueblos a  comer y vivir de su sus tierras, aguas y semillas. Una pinacoteca con  los retratos en óleo de todas aquellas personas que hicieron posible el  derecho al trabajo, a la autodeterminación de los pueblos, a la  enseñanza y a la salud gratuita, a la vivienda, y por qué no, también  los derechos de la PachaMama.    Letrados de escuelas que quieren finiquitar, rodeados de niñas y niños  con ansías y derecho por saber, hartas de acalorarse en barracones  provisionales; inválidos por operaciones quirúrgicas aplazadas, en  sillas de ruedas oxidadas que empujan enfermeros expedientados;  compositores sin escenario para actuar, pregoneros sin fiestas que  inaugurar y enamorados marchitos que no podrán bailar; ganaderas sin  veterinarios públicos que les ayuden en las cesáreas; investigadores  para un mundo mejor en paro; recolectores de otros países amontonados en  viviendas que son muriendas; proscritos y sin papeles y sin derechos;  jubilados reviejos sin pensión pública con la que salir a tomar el Sol;  novatos en oficios de los que siempre serán aprendices; mutilados de  guerras que otros hicieron -el único negocio que no dejarán quebrar- y  enfurruñados llegados de países del Sur con gran experiencia deudora  preguntándose incrédulos ¿quién debe a quién?,… todas y todos técnicos  cualificados en el uso de la memoria, se reunirán los próximos 7 y 8 de  octubre en Madrid.  A cara descubierta, sin caretas ni antifaces y con las manos bien  apretadas. Con certeza inconfundible de lo que es y no es justo. Con la  fuerza y el entusiasmo de las alegrías e indignaciones compartidas. Con  la curiosidad y creatividad innatas, para declarar que: «Para devolver  vida al mundo habrá que podar y desyerbar los palacios, las sedes  bancarias y otros antros que ocultan el escondite secreto de la Caverna.  Habrá que abonar la tierra con propuestas nuevas, sin olvidar simientes  que siempre funcionaron para reverdecer el panorama. Habrá que regar y  plantar cara. Porque lo que se planta y se cuida siempre da frutos».  (*) Gustavo Duch Guillot Gustavo Duch Guillot
 
La caverna
El Encuentro
"Nunca dudes que un pequeño grupo de personas pueda cambiar la historia, de hecho , siempre ha sido así"
domingo, 9 de octubre de 2011
ÉRASE UNA VEZ, LA DEUDOCRACIA
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